Había una vez, en un país Mediterráneo de origen ibérico cuyos símbolos alimenticios por predilección eran el jamón y el vino de racimo, una sociedad de ricos y pobres que compartían estatus económico, jurídico y social bajo un mismo nivel de límites y posibilidades. Fin del cuento. Ciertamente, nunca he creído en la veracidad de historias populares y en éste caso no voy a hacer excepción. Utopías han habido muchas a lo largo de la historia, pero en la España actual, la España de la incompetencia evidenciada de ZP y la simplona oposición corrupta, ésta en concreto queda a años luz de hacerse realidad. Y es que esto no es ninguna fábula ni ninguna obra maravillosa del memorable Walt Disney.
Si echamos la mirada hacia atrás podemos observar que en los años treinta que perduraron des de finales de la Segunda Guerra Mundial hasta los setenta, se lograba sostener un sistema de máxima esplendor basado mayormente en políticas inclusivas para sociedades de plena ocupación. Sociedades en las que se había conseguido guillotinar en cierta medida la vulnerabilidad y los factores de exclusión social. Efectivamente, éste es el célebre Estado del Bienestar en Europa. Hoy en día, no obstante, la precarización del empleo y la motivada privatización y mercantilización de servicios públicos han hecho que el modelo de sociedad inclusivo –que no igualitario- se haya convertido en un ideal utópico. Utópico ya que el acceso a los recursos económicos, a los derechos sociales y al conjunto de relaciones colectivas y valores de identidad ya no está plenamente garantizado. Habitualmente cometemos el error de relacionar automáticamente inclusión con acceso al empleo. En gran parte esto es así, pero también hay otros factores nombrados anteriormente que colaboran en el papel de la inclusión. Según dadas del Instituto Nacional de Estadística, tres de cada diez hogares han manifestado llegar con dificultad o mucha dificultad a final de mes en este año 2010. Esto quiere decir que un 30% de la población está sumergida bajo una pobreza relativa –falta o devaluación de alguno de los factores esenciales para la garantía de la inclusión – en el vigente curso. Hoy en día la concentración de la inclusión social se halla en las edades centrales del ciclo biológico de la vida. Dicho en otros términos, en la edad adulta. En antítesis, las edades situadas en los vértices – jóvenes y personas de la Tercera Edad en su mayoría – son los que con más dificultad gozan de un acceso digno a la integración y a la inclusión social.
Una vez bien barajadas y repartidas las cartas sobre la mesa, planteémonos una autopregunta reflexiva. ¿Por qué en los últimos años la garantía a los derechos sociales, los recursos económicos y el conjunto de relaciones sociales se ha precarizado? Más allá de la influencia de la recesión financiera y el estallido de la burbuja inmobiliaria sufrida hace dos años, el argumento central recaería bajo mi punto de vista sobre cuestiones de repartimiento. Si molemos grano en los alrededores de un hormiguero, las hormigas recogerán a lomos de sus espaldas los restos caídos del suelo en proporciones mayores o menores. Una se llevará la porción más grande, y otra la más pequeña, pero todas se llevaran algo. Sin embargo, si en este mismo ejemplo molemos grano y después de diez segundos tapamos el agujero del hormiguero, sólo las hormigas privilegiadas que han salido primero podrán recoger los frutos mientras que las otras se renegarán a pillar las sobras si es que quedan. Esto traspasado a la realidad social vendría a ser un símil. El grano en la sociedad civil es el salario y los beneficios, y las hormigas privilegiadas son los ricos que se han adueñado de los recursos. En la medida que hay menos reparto, las sociedades tienden a ser menos inclusivas e igualitarias, y esto es lo que, bajo mi parecer está sucediendo en la España de hoy en día y en el resto del mundo.
Y es que recordemos, señores, que esto no es un cuento en el que un galante príncipe da un beso a su durmiente doncella y la despierta. Aquí no hay sapos que valgan ni ‘comieron perdices y vivieron felices para siempre’. La extensión más neoliberalista del capitalismo ha creado que hoy en día hablemos de sociedades poco inclusivas e igualitarias. Perdemos calidad y perdemos accesibilidad a los servicios y ya está bien. Ya está bien de esperar algo que nos salve. Bienvenidos al mundo real. Esto no es un sueño en el que cuando las cosas van por mal camino te despiertas de dicha horrible pesadilla. Esto es la vida real, y sí, hoy la vida real se ha surrealizado. Porque no es ético aunque sí lícito que ciertas personas dominen los accesos a los recursos, mientras que otras vean como un pie les tapa la salida del hormiguero. Y parece que no queremos despertar. Parece que aun seguimos esperando a que un cazador venga y mate al lobo, o que un sirviente real nos traiga el zapatito de cristal que perdimos la pasada medianoche. No obstante, es cierto que ya estamos bastante frustrados. Es cierto que nos vemos impotentes ante las grandes cúspides económicas de la actualidad. Tal y cómo el destacado sociólogo Rafael Calera dijo "Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer". Y sí, lamentablemente, Calera tiene razón.
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